La sequía también afecta a los mejores
Me encuentro a conocidos o desconocidos con gustos, manías y criterios cinematográficos tan convencionales y simplistas como los míos que me preguntan ritual y puntualmente: ¿qué se puede ver? Normal. Imagino que si tuviera un amable vecino que se dedicara a la meteorología yo también le agobiaría más de lo aceptable interrogándole sobre si va a llover o si va a salir el sol. Pero desde hace demasiado tiempo no sé que contestar, aunque intente disimular el hastío poniendo gesto educado. Afirmar que nada puede sonar a pose nihilista, pero ni haciendo esfuerzos épicos logro eso tan gratificante de mentirme a mí mismo. La cartelera tiene color grisáceo y sabe a muermo. Es como una prolongación intolerable de los retales de verano en una época que siempre ha sido golosa para los estrenos con pretensiones.
El cine español necesita desesperadamente oxígeno. También expectación. O sea, que aparezcan las nuevas películas de Díaz Yanes, Fernando Trueba, Amenábar y Almodóvar. Hollywood está alarmantemente seco. Y los fenicios de los distribuidores siguen desdeñando estrenar la sobredosis de obras maestras con las que los autores de verdad, los eterna y comprensiblemente malditos, los que sólo pueden ser apreciados por la profunda sensibilidad de otros subvencionados farsantes, estrenan en esos intocables templos de la alta cultura llamados festivales.
¿Y qué le queda al espectador que no viaja, al que todavía se siente huérfano si no va al cine una vez a la semana, al que elige en función de lo que le han regalado antes determinados directores, a esa abstracción tan despreciada por los que sólo aspiran a poseer carnet de artistas y conocida como público? Por ejemplo, a que estrenen nuevas películas gente que siempre te despierta interés, creadores con estilo y algo que contar como los hermanos Coen y Mike Leigh. Pues ni ellos son capaces de animarme.
Con No es país para viejos los Coen, tan personales e identificables siempre ellos, demostraron que podían adaptar modélicamente un universo ajeno, el de ese escritor enorme, perturbador, lírico y tenebroso llamado Cormac McCarthy. En Quemar después de leer retornan a un género que estoy seguro que aman, pero que tengo la sensación de que no les ha correspondido hasta ahora. Es el de la comedia enloquecida, la sátira permanente, el esperpento con pretensiones de gracia inmediata. Ese juguete que tanto aman no les funcionó en Arizona baby, ni en El gran salto, ni en O Brother!, ni en Crueldad intolerable. Sí les funciona el esperpento y la ironía cuando la introducen tangencial y complementariamente en sus tortuosos y estilizados dramas, en su admirable cine negro.
En Quemar después de leer utilizan a la CIA para montar una farsa con gente muy tonta, poblada de cuernos, venganzas, equívocos y gags con nula gracia. Creo haberme reído un par de veces en este disparate con patética vocación de ser divertido. Fue la primera vez que la vi en el festival de Venecia. Imagino que debido al contagio de los compañeros de butaca o porque presentía que todo el cine que iba a venir después sería (como siempre) mortalmente serio. Repito su visión en la cotidianeidad de Madrid y no me despierta ni una sonrisa. Todo me resulta forzado, con comicidad fallida, con situaciones bobas, caricaturas fofas y guiños cansinos. Eso sí, da la sensación de que los Coen y la corte de estrellas que se han puesto a sus órdenes son muy cómplices, que el rodaje ha sido una fiesta. Es una pena que ese jolgorio tan cool, la convicción de que están haciendo una farsa cantidad de mordaz y de enloquecida no se transmita al receptor. Está muy bien que Clooney y Brad Pitt quieran ampliar sus registros y conseguir que el espectador se parta de risa con ellos, aunque sospecho que no es lo suyo.
Happy. Un cuento sobre la felicidad no se sabe qué pretende, si es una fábula o un retrato sociológico. Lo único que tengo claro es que Mike Leigh se ha inventado la protagonista más irritante de los últimos años. Una mujer que ríe siempre, sola o acompañada, follando, comiendo y durmiendo, un ser estrangulable. Pura histeria, aunque a lo peor es un espíritu puro, un incontaminado ángel en el infierno terrenal.
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